Esta historia empieza un día cualquiera de Semana Santa, en Ortigueira, hace más de un cuarto de siglo. Dos primos nos plantamos allí intentando localizar el origen de nuestro abuelo. Fuimos a donde nos parecía obvio: al Registro Civil, y a ver al cura de la parroquia. Recuerdo que en el Registro nos dejaron un libro viejo y allí fuimos pasando hoja tras hoja hasta completarlo y ver que allí nuestro abuelo, por el motivo que fuese, no estaba. Hoy, después de todo este viaje de años, puedo decir que nunca tuve tanta suerte como ese día. Nunca más me han dejado el libro para buscar la partida que me interesase. Generalmente, suele haber un celoso funcionario que o le das el dato más o menos mascado o te vuelves como has llegado: sin nada.
Con el párroco tuvimos otra suerte singular. En este caso, en plena Semana Santa, nos despachó con un frio "No puedo atenderles que estoy preparando los oficios para esta tarde". Sin embargo, muy amablemente nos tomó los datos de nuestro abuelo y nuestra dirección postal, y nos prometió escribirnos y enviarnos lo que encontrase. Además, para que no nos fuésemos con la sensación de haber hecho el viaje en balde, nos indicó una casa vieja en el centro de aquella aldea donde vivía una señora que probablemente fuese prima de nuestro abuelo.
Aquello fue un regalo que no supimos hasta donde llegaría. Allá nos fuimos. Ir a una casa de una abuela de parte del párroco fue casi como darnos las llaves de la casa. La señora nos hizo pasar y nos sacó todo un fajo de papeles viejos que a nosotros nos preocuparon más que aportarnos algo de información: escrituras de la casa, y sabe Dios que otros secretos había allí. La señora se excusaba por el desorden y no paraba de repetir que estaba todo como lo había dejado otra persona. Tanto lo repitió que no pudimos evitar preguntarle por ella. Nos indicó la dirección, y allá nos fuimos: nos plantamos en casa de este señor, que con el tiempo supimos que era una autentica autoridad, buen conocedor y estudioso de la Historia de la zona.
Otra vez, nos plantamos en casa de alguien, esta vez de parte de una señora conocida en aquella aldea, a la que habíamos llegado de parte del cura. Este señor nos abrió la puerta de su casa, nos ofreció de beber y comer, y mientras iba sacando papeles y más papeles, que nos enseñaba y decía que nuestro antepasados tenían unos nombres que él leía con seguridad de una caligrafía que parecía más una nota taquigráfica o un papel redactado por un médico malhumorado y apresurado. A él le dejamos nuestro numero de teléfono al que dijo que llamaría cuando terminase de prepararnos unos documentos.
Y así acabó aquella primera jornada en la que no pudimos determinar nada sobre el origen de nuestro abuelo, pero teóricamente nos iban a llamar y enviar información.
Y nos llamó, y volvimos a su casa a recoger fotocopias, e incluso un dibujo de un árbol genealógico artesanal, que hizo dibujando circunferencias a partir una moneda de 25 pesetas (de las grandes). Aquel árbol, que aun conservamos como un valioso documento por el papel iniciático que supone, fue el embrión de toda una investigación de años. El sacerdote tambien nos escribió: no encontró la partida de bautismo de nuestro abuelo, pero sí algunas de otras personas que eran sus hermanos y a partir de las cuales pudimos conocer los nombre de algunos de nuestros bisabuelos y tatarabuelos.